viernes, 18 de abril de 2025

175 dias... Desde que formalice lo que hay

Han pasado 175 días. No me quejo; tampoco ha sido horrible. La boda no fue, definitivamente, como la soñé cuando era adolescente. No hubo chispas ni magia, tampoco una fiesta. No invité a mi familia, no hubo un beso romántico ni miradas enamoradas. Fue una transacción legal que S y yo reconocimos como necesaria por la finca que tenemos juntos.

Sí, compramos una finca. Y gracias a Dios, mis papás ahora tienen un lugar donde vivir, sin preocuparse por el arriendo. Eso es todo lo que me importa: la familia tiene un refugio. En tiempos oscuros será nuestra arca, el lugar donde podremos huir y escondernos cuando llegue el momento.

Con S, la rutina es una costumbre natural, y creo que no es algo necesariamente malo. Pienso que en todo matrimonio hay algo de rutina. En mi caso, aún no sé qué tipo de amor siento por S. Y, bueno, supongo que S siente de la mejor manera que puede. Entendí que no es su responsabilidad. En definitiva, las decisiones las tomé yo. Muchas veces me negué a construir con otras personas porque me sentí inseguro y desconfiado. Pero con S no es así: no corro el riesgo de perder el control. Al final, todo se ha resumido en eso: me quedé con S porque con él tengo el control de mis emociones, porque sé que si falla otra vez, ya no habrá dolor.

Desde D, cuando empecé las líneas de este blog, me rompí completamente. Luego de eso, ya no pude arriesgarme a enamorarme de nuevo. Creo que con S me mantengo en ese límite: lo quiero muchísimo, me preocupo por él, pero mi apego ansioso ya no existe. Tal vez, si el día de mañana él decide irse, seguro lo extrañaré, pero siento que no dependo emocionalmente de él para ser feliz.

Hoy, a vísperas de mi cumpleaños, me siento algo triste. Trato de analizar mis sentimientos para entender qué me produce este halo de melancolía. Creo que es el vacío que deja la ausencia de un amor verdadero. No es culpa de S; él hace su mejor esfuerzo. Solo que yo sé que puedo dar más, que puedo tener algo más especial, mucho más profundo. Una conexión real. Y con S nunca lo he logrado.

Nuestra relación se mantiene en la superficie. Nos conocemos, nos queremos, nos acompañamos, pero a veces se siente como si viviéramos en mundos distintos. Como si compartiéramos gastos, responsabilidades y espacios, y aun así lleváramos vidas separadas. No sé cómo explicarlo, pero es como si él, sencillamente, fuera ajeno a mí. No lo siento mío, no lo siento verdaderamente mi esposo. Y en estas fechas, esto se siente un poco más fuerte que otros días.

Usualmente, dejo en el baúl de mis emociones —y en lo profundo de mi mente— estos pensamientos de que algo falta, de que algo no conecta, de que algo no está del todo bien aquí. Sin embargo, durante esta semana me he sentido invadido por una tristeza extraña, un anhelo profundo de eso que siempre he buscado y que ha sido tan mezquino conmigo.

Hay días en los que extraño un abrazo genuino, un beso apasionado, unas caricias reales. Cuando S me toca, no lo siento así. Sus besos son insípidos, sin ningún sabor. Los pocos abrazos que nos damos no se sienten llenos de amor; más bien, siento como si un amigo al que quiero mucho me diera uno de esos abrazos cordiales. Y la intimidad se ha reducido a esos 10 minutos de desfogue apurado, como si tuviéramos que terminar rápidamente. No hay caricias, no hay besos, no hay conexión. Solo la satisfacción momentánea de una necesidad física.

A mis 37 años, siento el peso de mis decisiones. Dudo mucho que el Eterno tenga algo que ver; creo que Él igual podría haberme bendecido si yo hubiera tomado decisiones correctas con mi corazón. Me entristece no tener amigos cercanos, personas que me quieran y que sientan alegría por celebrar mi vida. Amo a mi familia, sé que ellos me aman de vuelta y agradezco su presencia. Solo que... existe este vacío, este camino interior solitario que a veces pesa.

Sé que S hace su mejor esfuerzo, pero, a decir verdad, parece que su interés está más enfocado en sus juegos y en sus amigos virtuales. Hay días en los que siento rabia conmigo mismo. ¿Por qué? ¿Por qué tomé estas decisiones? ¿Por qué me amé tan poco? ¿Por qué decidí quedarme con alguien con quien sabía que viviría en este estado inconstante de desamor, frustración, resignación y esperanza de que, de repente, ocurra un milagro y todo cambie?

Aún hay días en que fantaseo con que, en algún lugar, en el momento menos esperado, ese hombre anhelado aparecerá. Que me amará y yo lo amaré como siempre soñé. Todavía fantaseo con ese hombre alto, fornido, masculino, inteligente, bondadoso, sencillo, aventurero, temeroso de Dios, atractivo. Sé que es ingenuo pensarlo. Además, cada vez me siento menos atractivo. Los años ya se me notan y siento que hace mucho perdí esa oportunidad.

En fin. Sigo dejando en estas páginas virtuales mis sentimientos. Los que no puedo decirle a nadie. Los que me ahogan a veces. Los deseos de dejar todo atrás y cambiar completamente mi vida. El deseo de amar de verdad, de volver a ser amado y deseado, de sentirme realmente especial para alguien.

Sigo mi vida, mientras tanto, en este matrimonio barato. Con algo que se parece más a una relación de roommates que a un matrimonio real. No era lo que soñaba, y tal vez ya nunca lo consiga. A lo mejor me haré viejo —si este mundo se alarga— y terminaré contándole a mi sobrina lo frustrado que fui desde joven, por no tomar las decisiones que me hubieran hecho feliz.

Feliz cumpleaños a mí.

175 dias... Desde que formalice lo que hay

Han pasado 175 días. No me quejo; tampoco ha sido horrible. La boda no fue, definitivamente, como la soñé cuando era adolescente. No hubo ch...